Antes del año el pequeño Daniel comenzó a mostrar signos de que no era un niño más. A su espesa pelambre, su vozarrón de fumador de cuarenta años, la barba rala y, en general, su apariencia absolutamente repulsiva, se le agregaban sus dientes que hacía del tierno, maravilloso e irrepetible momento de la lactancia, una experiencia entre masoquista e insoportable.
- Yo no le doy más la teta a este pendejo !!! Que se coma un bife de chorizo! Pero no doy más! –gritó la Coca-
- Pero que decí!! Que decí! Pobre nene!
- Si, porque a vos no te muerde las tetas pelotudo! Y para colmo te acabaste la ginebra. Por lo menos lo dormía y me mordía menos.
- Pará, fijate si podés ponerte esto.
Cacho sacó del bolsillo de su saco una especie de cono de metal con unas pequeñas tiritas de colores que pendían de sus puntas.
- Y esto?
- Nada…. una cosa del auto… hacele un agujero en la punta a ver si te sirve.
- Del auto? Y el conchero para que es? Para poner el jabón? Hijo de puta! Otra vez te fuiste de joda con el turro de tu jefe?
- No se cabree mi galleguita! Es trabajo nada más…-y la abrazó con una ternura comparable con la de Palito Ortega y Evangelina.
- Salí, salí! Siempre lo mismo vos? Sabés que con esto me comprás. Pero mirá esta cosa sirve. Ves las tengo como la Norma Pons!
Así, nuestro pequeño héroe comenzó a mamar sin tantos problemas para su madre, pero con una cantidad indeterminada de metal en su organismo fruto del cromo que se disolvía con la leche.
(continuará)


